sábado, 11 de diciembre de 2010

"Que el hombre sepa que el hombre puede"

Muchas veces creo que, en general, no nos damos cuenta del valor histórico que tendrá en un futuro no muy lejano la época en que nos ha tocado vivir. Una época marcada por grandísimas tragedias, por guerras, asesinatos y desastres naturales. Y las consecuencias que todo eso nos trajo luego. Serrat dijo una vez que no podía prever que la incompetencia y la soberbia de la especie humana se consolidara como está consolidada hoy en día. Nos abrieron la caja de Pandora ante nuestras narices sin que nadie hiciera nada por evitarlo. O en realidad si... Porque también hubieron grandes logros. Y gestas increibles, hijas de los sueños de algunos que no se conformaron con ser espectadores de un presente condenado a ser historia. Prefirieron ser sus protagonistas con un espíritu y una determinación que me emociona como hombre vulgar que soy. Alfredo Barragán es uno de estos.
Alfredo Barragán era, a principios de los años '80, un joven abogado de la ciudad de Dolores, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Se define a si mismo como un deportista, no al estilo tradicional, sino como aquel que se marca un reto, una aventura. Sin importar el resultado final si el intento por vencer es hecho con todo lo que dispone. Con ese ánimo escaló varias veces el Aconcagua, o descendió en canoa caudalosos ríos en travesias de varios días. Intrigado por el origen de las colosales Cabezas Olmecas (México) de rasgos africanos, y por las similitudes que encontró entre las culturas americanas precolombinas y las africanas, se propuso demostrar que era posible que una primitiva balsa hecha de troncos pudiera cruzar el océano desde Africa hacia América un par de miles de años antes de que lo hiciera Colón. Con las corrientes marinas y una pequeña vela como únicos motores. ¿De que forma lo iba a demostrar? Pues construyendo una balsa y lanzándose al mar!! Formó un equipo de amigos-expedicionarios con tanto entusiasmo que incluso uno de ellos ¡no sabía nadar! Fabricaron la balsa con 9 troncos y una pequeña choza de 1,5 mts. de altura, sin timón, con sogas hechas por ellos mismos de fibra vegetal. Zarparon de Tenerife y tras 52 días y 5.500 kilómetros llegaron al puerto de La Guayra (Venezuela). De la ruta original calculada y trazada por ellos no se desviaron mas de 20 millas náuticas, a pesar que fueron guiados solo por las corrientes marinas. Venció al desafío que él mismo se había planteado, poniendo en práctica lo que decía el lema de la expedición: "QUE EL HOMBRE SEPA QUE EL HOMBRE PUEDE".
He tenido la suerte de poder ver la balsa personalmente. Me estremeció. "Que el hombre sepa que el hombre puede" me repito ante cada adversidad. O, lo que es lo mismo: Que tu sepas que tu puedes, que ella o él sepa que ella o él puede, que yo sepa que yo puedo. QUE TODOS SEPAMOS QUE TODOS PODEMOS. Solo así, con ese ánimo, haremos lo necesario para dejar de ser espectadores y pasar a ser partícipes de nuestra propia historia.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Vivir y morir

Hace muchos años participé, con un grupo de amigos, de un equipo de carreras automovilísticas en una categoría "zonal" argentina. Eran coches hechos artesanalmente con caños, chapas de aluminio, carrocería de fibra de vidrio y motor de moto, de costos muy bajos. Poníamos en él, dependiendo de las posibilidades de cada uno, tiempo, trabajo o dinero. ¡O todo ello!. Eramos felices haciéndolo. Las jornadas de carreras se organizaban entre varias categorías muy diversas, pero unidas por la pasión a este deporte. Pero un día de esos ocurrió lo que nadie deseó jamás... En una de las carreras pasó un coche con fuego en su parte posterior. Una vuelta, dos, tres... No entendió las señas, no hizo caso a las banderas que le marcaban que estaba en peligro. Siguió acelerando hasta que el fuego quemó los conductos de los frenos, no consiguió doblar en una curva rápida, se estrelló contra el guarda-rail y las llamas lo envolvieron. De nada sirvió la acción de los bomberos y de todos los que al lugar llegamos provistos de matafuegos. Porque a los pocos minutos de apagado el incendio el piloto murió. Jamás pude olvidar (supongo que tampoco los que me acompañaron ese día en ese lugar) las miradas suplicantes de ese chico entre las llamas... La gente en general no elige cómo morir. Pero puede elegir cómo vivir. Me quedo con la idea que murió haciendo lo que quería, siendo feliz, persiguiendo un sueño...
Al contrario del pensamiento general estoy seguro que es mucho mas difícil vivir que morir. Hay gente para la cual la vida es una guerra, batalla tras batalla intentando alguna conquista y procurando no perder en ello algún territorio ganado a base de esfuerzo y sangre, con alguna condecoración en su pecho y demasiadas heridas en el cuerpo y lo que es peor aún, en mas de un momento con ganas de capitular. Se bien que es así pues así he vivido. Pero ya no. Porque desde hace un tiempo he convertido mi vida en un juego muy serio y aún mas apasionante. Que, como todo buen juego, me proporciona: herramientas para superar adversidades, premios por objetivos alcanzados y algunas esporádicas pizcas de sufrimiento de esas necesarias para llegar a la meta que es, ni mas ni menos, que ser FELIZ...